“Lo visible en las
fronteras del pasado. O del arte en el
futuro latinoamericano”. / Manifiesto 2
Escrito por Nicolas Rojas Scherer – Cientista Político.
En el marco de la Muestra "Última Frontera, La Subjetividad del Territorio" - Una Produccion de Arte Bajo Cero.
La frontera de lo existente – o todo aquello que le
otorga sentido a una realidad aparentemente cierta, suturada, cerrada, lineal y
coherente – nos permite ramificar en una constante multiplicidad de
significaciones lo otorgado como cierto. Y es que la frontera marca un punto
imaginario en el cual anclamos nuestra perspectiva de futuro, nuestra
certidumbre de que la vida es posible como la deseamos y la conocemos; sin
embargo, toda frontera no se basa más que en convenciones históricas,
coyunturales y por tanto, en la creación de articulaciones de sentido que una
vez criticadas, desarmadas, se nos develan con la fragilidad de lo realmente
existente: como una fina capa de hielo sobre un helado mar del sur, dejando
translucir la luz del sol a través de infinitos mantos verdeazulados.
¿Qué significación tiene el arte para la vida humana?
O más bien, ¿Cuánto aporta el arte para que podamos denominar “vida humana” al
devenir existencial de los días y las noches? Aparentemente, el arte habría
acompañado a esta entelequia auto – denominada humanidad desde hace al menos,
150 siglos.
A partir de las investigaciones de Christopher Henshilwood, antropólogo de la Universidad del
Witwatersrand (Sudáfrica), se ha comenzado a desandar el camino del arte
primigenio. Gracias a los descubrimientos en Klipdrift, Sudáfrica, y otros
lugares, Henshilwood ha estimado que, probablemente, los primeros trazos de
complejidades simbólicas en seres humanos datarían de al menos 100.000 años de
antigüedad. Investigaciones paralelas como las llevadas a cabo por Adam Powell,
Stephen Shennan y Mark G. Thomas, del University College de Londres, pondrían a
prueba otra de las teorías más instaladas en nuestro ethos occidental: el de que nuestra raza sobre la tierra, el ser
humano, habría avanzado por medio de una evolución constante desde formas “primitivas”
de organización – y por tanto, cultura y arte – hacia formaciones más
complejas, dando origen a lo que conocemos como sociedad(es).
Ciertamente, las fronteras de esta
idílica historia universal son un tanto más complejas. Estas investigaciones
comienzan a descartar las hipótesis de la “activación genética” (por medio de
una glándula especial) la que generaría “la capacidad de acceder a un nivel de
cognición nuevo y superior que, por la vía evolutiva, modificase
permanentemente la conducta humana.”[1]
Al parecer, lo que tendríamos más bien que considerar sería la hipótesis de los
“picos de población”: esto es, en aquellos momentos en los cuales las masas
humanas proliferaron en mayor cantidad, habrían propiciado la creación de
abstracciones artísticas en la angustiosa búsqueda por darle sentido a la
existencia, creando el ser y lo real.
Esta especie de cerebro colectivo
operaría en la forma de un exocerebro, en donde las redes neuronales manejarían
nuestra conciencia por medio de un elaborado sistema de articulaciones
simbólicas, disponibles tanto para la proliferación de nuestra identidad, como
para las creaciones más complejas de la cultura, el arte, la sociedad y la
política. En otras palabras, es la densidad (poblacional), la otredad – constitutiva,
lo que nos permite finalmente “ser”. La hipótesis del exocerebro nos aleja de
la idea propuesta por Chomsky de que existe una glándula especial, aun no
encontrada por las diversas neurociencias, en donde se sintetizarían las redes
neuronales dando origen al lenguaje, sistema madre de nuestra capacidad de
reconocimiento.[2]
En cambio, la idea de que un cerebro
colectivo que estaría constantemente operando entre nuestra conciencia y la multiplicidad de las redes de lo
social, constituiría una nueva forma de concebir nuestro lugar en el mundo. La
colosal acumulación de saber que significaría lo humano, escapa más allá del
raciocinio de cualquier individualidad. En esta constante fuga de lo real,
entrever las líneas directrices del devenir histórico actual se visualiza como
una titánica tarea.
En cualquiera de los casos, lo
certeramente objetivo es que en el encuentro del (y con) el otro (en los
llamados “picos poblacionales”) la proliferación de manifestaciones artísticas
cobraría una densidad espectacular, germinando como el desierto después de la
lluvia.
¿En qué estado de densidad
poblacional nos encontramos en este momento? La idea de que vivimos en un
tiempo de transición se encuentra instalada, ya, en nuestros esquemas
argumentales.[3]
A raíz de la declinación de los antiguos imperios coloniales (Francia,
Inglaterra), la modernidad estaría desplazando el eje dinámico de la producción
desde el llamado Occidente hacia el Oriente. Si la producción manufacturera de
última tecnología avanza hacia la
China comunista y la región adyacente, dando origen a una
interconexión que deja a un lado el centro norteamericano (como la Ruta de la Seda , gigantesco sistema
aéreo – terrestre – fluvial – marítimo que sintetizará los flujos de comercio
mundial desde China, pasando por Rusia y llegando a distintos Estados de
Europa), el desplazamiento geopolítico del centro de poder se hace inminente.
Es en este contexto de movimiento y
desplazamiento de las fronteras visibles e invisibles de la regulación dinámica
del capitalismo internacional que América Latina encuentra la oportunidad
histórica de constituir un actor relevante de la coyuntura internacional.
Pues es en América Latina y gracias
a ella que se gestó la modernidad actual, correspondiendo integrarse a un
proceso histórico producido a instancia de sí misma, pero que históricamente ha
excluido a las grandes masas populares de los beneficios del “progreso”.
La conquista de un continente nuevo,
mediante los históricos saqueos españoles, hicieron de la corona de los
Habsburgo el pivote por medio del cual los mercaderes venecianos, holandeses,
ingleses y franceses aprovecharon la gigantesca riqueza americana para
desarrollar los polos productivos en ciernes.[4]
El legado de Simón Bolívar, Manuela Saenz, José de San Martín, Francisco de
Miranda, Mariano Moreno, Monteagudo, Gervasio Artigas y Juana Azurduy, cobra
una importancia vital para el presente Latinoamericano. Puesto que “el partido”
de la integración fue derrotado en la primera independencia de Nuestra América,
se hace un imperativo político que en la segunda y definitiva independencia
triunfe la unión frente a la desintegración.
Ciertamente la integración
latinoamericana no es un sueño, solamente, de poder. Es un anhelo popular,
expresado en la necesidad del mejoramiento espiritual y material, pues “América
Latina no se encuentra divida porque es subdesarrollada, sino que es
subdesarrollada porque se encuentra dividida.”[5]
La balcanización del continente creó las condiciones para su sumisión
posterior, lo que posibilitó la proliferación de “Estados islas” dependientes
de un centro urbano mono exportador hacia las Europas.
Desde hace tiempo ya, el arte recoge
el anhelo de integración. Muestra la arbitrariedad de las fronteras, condiciona
los discursos instaurados, visibiliza aquello que no debía ser mostrado. Y si
bien el arte latinoamericano no es uno sólo, así como no existe una América
Latina, sino más bien una multiplicidad de pueblos con una constelación de
expresiones artísticas, la integración política deberá buscar los caminos para
consensuar el bienestar en la paz y la armonía de sus diferencias.
Desde que la humanidad comenzó a ser
tal, no ha existido una evolución rectilínea por medio de la cual estudiando
sus principios podamos trazar el destino de nuestros pueblos. La
desintegración, el abandono, la ruina moral, social, espiritual y material es
una posibilidad siempre presente. Sin embargo, es en la discusión política, en
la búsqueda por la dignidad arrebatada, donde el arte expresa físicamente aquel
agudo dolor del sufrimiento del otro. América Latina puede convertirse en el
“estabilizador del universo”, parafraseando a Bolívar, con la sola condición de
su unidad.
Ciertamente, parte del camino ya ha sido andado. Aún falta un enorme trabajo de conciencia, donde la expresión artística puede agudizar ese sentido de reconocimiento para el otro, borrando y desdibujando las fronteras impuestas.
[1]Walter, Chip. Enero de 2015. Puede encontrarse en: http://www.nationalgeographic.com.es/articulo/ng_magazine/reportajes/9754/los_primeros_artistas.html
[2] Bartra, Roger. “Antropología del cerebro. La conciencia y los
sistemas simbólicos” Santiago de Chile: Fondo de Cultura Económica. 2012.
[3] Borón, Atilio. “América Latina en la geopolítica del imperialismo”.
Buenos Aires: Ediciones Luxemburg. 2014.
[4] Puiggrós, Rodolfo. “De la colonia a la revolución”. Buenos Aires:
Altamira ediciones. 2006.
[5] Ramos, Jorge Abelardo. “Historia de la nación latinoamericana”.
Buenos Aires: Ediciones Continente. 2012.